Sharon Stone, Madonna, Demi Moore, Diane Keaton, Jennifer López… Cada vez son más las mujeres maduras que se atreven a buscar, y encuentran, solaz en brazos de hombres bastante más jóvenes que ellas. Lejos de extinguirse, el fenómeno cougar women (literalmente, mujeres pantera) parece imparable. Mucho ha llovido desde que Samantha, la cuarentona sexi, sofisticada y desinhibida de Sexo en Nueva York, nos dejara a todos con la boca abierta (y a más de una suspirando) a causa de sus numerosas aventuras sexuales y su historia de amor con un adonis de toma pan y moja.
En la ficción es posible, en el mundo del star-system también, pero ¿qué pasa con el resto de las mortales? ¿Tenemos las mismas posibilidades de tener parejas más jóvenes sin ser cantantes famosas o actrices archiconocidas?
Y la sociedad, ¿lo aprueba o lo rechaza? Desde siempre, las mujeres hemos tendido a emparejarnos con hombres algo más mayores que nosotras; incluso si la diferencia es grande, ésta se admite socialmente. Si aceptamos la relación veinteañera-cuarentón e incluso asumimos que puede funcionar, ¿por que no podría hacerlo al revés?
Sara tiene 16 años más que Luis (ambos nombres son falsos). Les planteamos la cuestión, porque, entre otras cosas, ella es psicóloga. “Cuando una mujer ha madurado física y emocionalmente -explica la terapeuta- y descubre su enorme potencial sexual (lo que suele producirse alrededor de los cuarenta) si tiene una pareja mayor que ella puede encontrarse con que él no la pueda seguir… o ya no la quiera seguir, porque no está tan interesado. Pero si está sola y es capaz de poner coto a sus inseguridades físicas, al sentimiento de culpa, al miedo y al qué dirán… puede encontrar en un amante de menor edad la persona capaz de potenciar todas sus competencias. Las ganas de disfrutar de ella pueden combinar muy bien con la energía desbordante de alguien cuya capacidad de practicar sexo y recuperarse suele ser mucho mayor que la de un hombre de cuarenta para arriba”. Fuera de lo puramente sexual, Sara también destaca la vitalidad que le insufla Luis -”lo tiene todo por hacer”- y que le obliga a no dormirse en los laureles, pero advierte que eso no quita que “también tengamos nuestras dificultades, pero ¿quién dijo que las relaciones fueran fáciles?”
Luis, por su parte, lo tiene claro: “Creo que cuando alcanza la madurez, una mujer sabe mejor lo que quiere y no pierde el tiempo con tonterías. Sara tiene su propia vida, que no gira alrededor de la mía. No está todo el día demandando cuidados, mimos… Mi pareja anterior me agobiaba. Tenía que demostrarle constantemente algo. Sara, en cambio, me lo pone fácil, me dice lo que quiere y se adapta a todo. Es muy fácil compartir con ella, sabe escuchar y es mi mejor consejera”. Muy respetuoso, no se refiere al sexo hasta que se le pregunta, pero lo tiene claro: “Su experiencia y su libertad me desarman. Con ella he hecho cosas que con una mujer mas joven me sería imposible o me llevaría meses de trabajo, y nunca he tenido que empujarla. Va dos pasos por delante mío y descubrí mi punto P por su insistencia. ¿Que qué es lo que más me engancha? Su cuerpo, su forma de moverse, su seguridad. Carece de vergüenza. ¡Es un diez! El mejor sexo que he tenido”.
(La imagen superior -¿una interpretación de la de la película El graduado? (en el centro)- está incluida en el libro “Days of the Cougar” (Taschen), de Liz Earls (1961), un documento gráfico, con más de 250 fotografías y textos en español, que recoge la aventura personal de esta mujer que a los 40 decidió colgar su trabajo y dedicar la segunda parte de su vida al placer… seduciendo a hombres entre los 19 y 32 años. Si entras en el enlace encontrarás un vídeo -en inglés- donde explica sus razones y muestra cómo realiza su trabajo. Su frase final es contundente: “No pasa un dia en que no me dé cuenta de la suerte que tengo”.)
© Anna Klamburg/Sylvia de Béjar.